Sunday, January 30, 2005

CUESTIÓN DE MANOS

Calle Miguel Laurent, esquina con Tres Zapotes. Ocho cuarenta y cinco de la mañana; tengo sólo 15 minutos para llegar a la oficina. Hago la señal a un taxi. Se detiene:

-Buenos días jefe, ¿a la chamba?
-Sí señor ¿y usted? ¿Va empezando a ya va de salida?
-Voy empezando. Apenas el sábado salí del hospital.
-¿A sí? ¿De qué estaba enfermo? ¿tuvo algún accidente?
-La verdad, jefe, es que acabo de salir del reclusorio, nomás que me da pena y entonces digo que estaba hospitalizado.
- Y luego? ¿por qué lo encarcelaron?
- iré, yo veía a mi mujer algo sospechosa, y un día al llegar de trabajar no la encontré en la casa. Entonces salí a buscarla, y en la esquina de nuestra calle ví que estaba despidiéndose de beso de un chavo. Yo me mantuve tranquilo y cuando llegué a la casa le pregunté si ya no me quería y que si quería andar con otro me lo dijera. Eso fue todo, le dije buena noche y me fui a dormir. Ella se salió a la calle y al poco rato regresó con dos agentes de la policía ¿usted cree? Venía toda golpeada y simplemente me señaló con el dedo.
- Qué barbaridad!
-Mire mis manos, jefe, mírelas. El moretón que ella traía en la cara era así de grande. Usted cree que yo voy a poder dejar un moretón así, con estas manos. El que la golpeó fue el otro, pero me echó la culpa a mí. Pero ni modo, en este país no hay justicia, y me dieron ocho meses ¿Cómo ve?
-No, pues muy mal.
-Nombre y la cárcel es un infierno. Si tienes más de cuarenta años eres tío, y los más jóvenes y fuertes te hacen lo que quieren: que, dame tus zapatos, que consígueme un cigarro, que págame la renta. Tienes que pagar por todo. ¿Sabe cuánto me querían cobrar por la protección? Dos mil pesos. Nombre. Allí me topé con el Aurex, es muy poderoso ahí en el reclusorio. Un día me lo encontré y me dice: Hey tú, límpiame los zapatos. Nombre, así como me ve chiquito no me le dejé. No mi jefe, yo también soy gente de barrio bravo y sé cómo tratar a esos compas. Pero ahora ya estoy afuera, me costó mucho trabajo que el dueño del taxi confiara en mí. Pero mire, si yo fuera gacho ya me hubiera robado este estéreo ¿no cree? Pero quiero reformarme. Ya hasta la otra quiere volver conmigo, pero yo no le hago caso. Un día me la encontré en la calle y le dije: ten este dinero para mis hijas, no porque no esté contigo me voy a desentender de ellas. Y ya no la he vuelto a ver aunque ella me ande buscando.
-Pasando la esquina, por favor, donde esta el edificio grande ¿cuánto le debo?
-30 pesos, jefe.

Debí pagar menos, sin embargo no dije nada más ante el hombrecito ¿Cuánto medía? ¿Uno cuarenta y cinco?, quizás uno cincuenta. Mientras me daba el cambio volví a mirar sus manos pequeñas, incapaces de hacer un moretón en la mejilla de una mujer, pero suficientes para defender su dignidad en la cárcel.