“¡El
mundo es un fandango y el que no lo baile es cartón!” gritaba Ascensión Lepe
Aguilar desde la puerta de cualquier casa al llegar de visita o desde una
esquina del pueblo donde había decidido reinar durante una tarde de borrachera.
Era
como una arenga o un grito de guerra. Pero lo decía sólo cuando los alcoholes
lo volvían alegre y temerario: “¡El mundo es un fandango y el que no lo baile
es cartón!”. Y esta última palabra dio origen a su apodo, conocido en todo el
pueblo: “Ahí viene El Cartón”, “¿Tú eres sobrino del Cartón?”, “Otra vez anda
borracho El Cartón”. Pero este apodo era sólo utilizado cuando hacía del pueblo
una parranda; sobrio, trabajador y serio, la gente se volvía respetuosa con él
y le llamaba como nosotros, los sobrinos, le decíamos de cariño: Chon. El tío
Chon. Chon Lepe.
Un
tiempo mi tío Chon fue vital para el pueblo: era el encargado de abrir y cerrar
las llaves que surtían de agua a los diferentes barrios. Uno podía mirarlo, a
veces, en el cruce de dos calles, inclinarse sobre una alcantarilla, y con una
herramienta, que yo juzgaba mágica en la infancia, hacer que el torrente
corriera hacia la calle Venustiano Carranza, hacia la de Emiliano Zapata o
hacia todo el barrio de La Limonera. La gente le hablaba al respecto,
dependiendo de la situación: “Oye Chon, ¿a qué hora nos vas a echar el agua
para La Cebada?”, “Cartón: déjanos un rato más el agua ¿no?”, “Oiga don Chon,
que dice mi mamá que si ya nos va a llegar el agua?”
“¡El
mundo es un fandango y el que no lo baile es cartón!” decía mi tío Chon al
llegar a la casa y nos contaba luego, sentado frente vasos y botellas, de su
viaje fabuloso a la ciudad de México. Fue el primero en la familia en conocer
el centro del país y entonces nos asombraba describiéndonos lo grande que era
todo, nos contó de unos túneles que se estaban haciendo en aquella época para
la construcción del metro, nos decía de multitudes inimaginables, de caminatas
interminables para buscar trabajo, de aviones y otros inventos que sólo habíamos
soñado. Todos quedábamos arrobados por las descripciones maravillosas de su
viaje al futuro.
Nunca
se casó el tío Chon, de manera que todos los sobrinos nos acomodábamos a su
alrededor como hijos, y podíamos adivinar en sus juegos y en sus bromas que de
veras nos quería. Una señal de su cariño y de nuestra confianza es que
podíamos hablarle de tú, y entonces, en lugar del tío o de papá, se volvía un hermano.
Cuando,
a los 17 años, yo conocí la ciudad de
México, me gané su respeto y admiración: pasé a ser un sobrino con el que se
podía dialogar de manera equitativa: habíamos visto la misma ciudad de los
sueños.
“El
mundo es un fandango y el que no lo baile es cartón” es una frase arreglada por
mi tío. Después conocí otra versión a la que la rima le da más lógica: “El
mundo es un fandango y el que no lo baile es nango”, palabra usada en Colima para significar: tonto o torpe.
También circula por ahí la versión de “El mundo es un fandango y el que no lo
baile es asno”. En fin, que luego entendí que Chon nos invitaba con su grito a
la vida, al fandango del mundo; nos invitaba a hacer correr, como él lo hacía
con el agua, la alegría en las casas de nuestros días.
Hace
mucho que mío tío Chon ya no es el surtidor de agua de nuestro pueblo, hace años
que no escucho su grito sobre mundos y fandangos, hace una horas me avisaron de
su muerte y pase la madrugada entre sueños y vigilias recordando su imagen,
escuchando su grito de alegría.
Y yo estoy acá en la ciudad de los sueños que
ambos vivimos y su cuerpo sin gritos alegres está en el Quesería de los
fantasmas familiares. Desde estas palabras me despido de mi Tío con el grito
que él hizo realidad en su vida: “¡El mundo es un fandango y el que no lo baile
es cartón!”