Tuesday, March 09, 2021

Covid y un árbol

Desde la cama donde convalezco por la Covid puedo ver un árbol de mango. Queda a escasos 15 metros de mi habitación, en la casa de al lado (es uno de los privilegios que tenemos los que vivimos en provincia y convalecemos en casa). 


Todos los días, mientras yo me iba hundiendo en la enfermedad, y después, saliendo de su lodo; el árbol estuvo ahí, lleno de vida.

Lo habitan, principalmente, una pareja de palomas grises: son viejas vecinas de mi casa. El año pasado este par perdió a su primer hijo. Lo encontré, una mañana, muerto, en el patio de la casa. Ellos estaban sobre la barda, contemplando el cadáver. Lo recogí y le puse un poco de tierra encima, y un puñado de hojas secas, precisamente de este mango que hoy luce oscuro de tan verde.

Hoy, que estoy aquí postrado, con esta enfermedad que es más animal que planta (me muerde), me reencontré con las palomas y las vi, cada mañana y cada tarde, haciéndose una nueva vida; haciendo vida, viviendo…Y yo estaba del otro lado.

Quiero decir que el árbol que me puse a mirar era pura vida y yo no. Y así, en las mañanas, las palomas que reinaban recibían la visita de pájaros distintos: y entonces las hojas cantaban, las ramas bailaban, los retoños reían…

En las tardes el mundo cambiaba: el árbol de mango se echaba a la mar: en el semisueño, yo podía escuchar el viento, moverse las ramas como olas, el rumor de mar de mi mango. Y sí, cuando, tenía la fuerza suficiente y podía volver al árbol, lo veía moverse hacía un lado y hacia otro, como barco verde en un mar de cielo.

Durante mi enfermedad las horas de dormir no se ajustaban a las horas de la noche, de manera que tuve tiempo de mirar al árbol vivir también sin sol: a veces era plena quietud apenas rayada por las alas de un murciélago, que pasaba a cenar no sé que cosa que le daba este árbol gigante; en una ocasión, la luna convirtió a este árbol dador de mangos en una silueta negra de orillas plateadas, mientras por entre las ramas y las hojas, se colaban rayos brillantes de plata.

Iba a decir que este árbol-barco me acompañó en este viaje de ida y vuelta: la verdad es que yo lo acompañé a él, yo me acerqué a él, con la mirada me aferraba a su vida, y en mi imaginación el parecía tenderme sus múltiples manos rojas, los deditos llenos de mangos bebés creciendo hacia la vida. 

Es increíble como un árbol puede convocar tanta vida: él convocó a la mía y ya llegué a la orilla.