Qué rabia da
no poder encender las palabras.
Qué coraje.
Uno raspa la idea
contra el silencio
y nada:
no estalla la luz.
Desespera mirar que no arden
los renglones mojados
por la ausencia,
que no echan fuego las páginas.
Se van quedando
a oscuras los minutos,
se enfrían las manos
y empieza a tiritar
el único verso
que apagó la madrugada.
Se congela la voz
y lentamente empiezan a caer
los copos de la nada.
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